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Entrevista a Josep Soler

Tenemos la suerte bárbara de ser recibidos por Josep Soler en su casa de Barcelona. En los últimos años el escritor, poeta y compositor, ha recibido el Premio Nacional de Música de España (2009) y, en el presente año, el XI Premio de la SGAE de la Música Iberoamericana Tomás Luis de Victoria. Con anterioridad le otorgaron el Premio de la “Opera de Montecarlo” en 1964, el Premio Ciudad de Barcelona (años 1962 y 1978), el Premio de Composición “Óscar Esplá” en 1982 y el Premio Nacional de Música de Cataluña en el 2001.

La reunión tiene lugar en la habitación donde trabaja. Sobre una mesa de madera robusta, con años de música a sus espaldas, una partitura abierta que, según nos cuenta el músico, revisaba justo antes de nuestra llegada.

Nos acomodamos en la espartana habitación que posee aire de templo, de suelo sagrado, donde los muebles antiguos se conjugan con un aire de la mejor calidad, la calidad del genio, la habitación se me antoja semejante al de la celda de un monje.

Josep Soler nació en 1935 en Vilafranca del Penèdes, compositor, maestro, escritor, poeta; fue discípulo de Cristòfor Taltabull. En la actualidad es director Hemérito del Conservatorio de Badalona. Su discípulo y amigo Joan Pere Gil Bonfill, que más tarde se unirá a nuestra improvisada reunión, escribió de Soler: “Como compositor, este atípico personaje, único en nuestro país, es autor de una extensa obra sinfónica, piezas camerísticas, ciclos de canciones, piezas para piano, así como diecisiete óperas más la instrumentación de Pepita Jiménez de Isaac Albéniz.

Y comienzan las preguntas:

P.-¿Qué ha significado para usted su galardón más reciente, el XI Premio Tomas Luis de Victoria?

R.-No sé qué decir de estos premios. Uno puede hacerse una idea de los motivos que al jurado le han llevado a concedérmelo si lee las actas del premio: “ a la extraordinaria calidad de su ‘amplia y profunda’ obra, fruto de su ‘rara y fascinante personalidad’”. Nunca me habían definido de esa manera. Me resulta peculiar lo de raro, pero tal vez sí, tal vez sea un raro. Lo curioso es que este galardón apenas se lo ha dado a personalidades de mi entorno, y, sin mal no recuerdo, salvo 3 catalanes, el resto de los premiados son sudamericanos.
Por supuesto lo agradezco, aunque me sorprende la decisión del jurado. Lo valoro porque es un premio al que uno no puede presentarse, son otros los que le eligen a uno.

P.-¿Cuál es su primer recuerdo relacionado con la música?

R.-Sería en torno al año 38 ó 39 del pasado siglo, casi final de la guerra civil. Iba por la calle cantando y mi madre me pidió que no lo hiciera, que era peligroso. Se trataba de un Credo. Luego recuerdo escuchar música en la radio. Compré mis primeros discos a un señor que los vendía allá por los años 43 ó 44  en la calle Aragón, en el número 36, por entonces era todavía un niño y le dejé con la boca abierta cuando le pedí una selección de Parsifal de Wagner y La noche transfigurada de Arnold Schoenberg.


P.- ¿Cómo surgió el paso de melómano a compositor?

R.-La música me rodeó desde niño. En mi localidad natal, Vilafranca del Penedès, durante las misas se tocaba un magnífico órgano. Mi madre tocaba el piano en casa. Durante mi niñez fui discípulo de Rosa Lara, en mi pueblo natal, ella me enseñó francés y solfeo, las claves… En casa de mi abuela había una pianola con cilindros que interpretaban extractos de la ópera de Carmen de Bizet, la sonata Patética de Beethoven o la Polonesa de Chopin; los hacía girar una y otra vez.
A Bach lo conocí a través del organista de Vilafranca y del órgano de la iglesia de Santa María. Podría decirse que estos fueron mis primeros contactos con la música.
Muchos años después compuse piezas para ese mismo órgano. Se han agrupado todas esas piezas en unas grabaciones. Por cierto, incluso me he atrevido a interpretar las tres últimas personalmente. El resultado son los discos de L’Orgue de Santa María.


P.-Para componer utiliza el piano o se sirve del dictado de su propia creatividad sobre el papel

R.- Escribo en la cabeza, luego en el piano. El piano puede resultar muy peligroso. Existe la imagen romántica del compositor sentado al piano mientras compone, pero yo no la practico, ni la imagen ni el romanticismo, compongo en la mesa. Uno durante la composición debe saber para qué escribe y por qué, para esto el piano es fatal  porque los dedos a uno se le van, no se pueden controlar, por eso prefiero escribir sobre papel y en la mesa. Lo que no es obstáculo para que, una vez terminada una parte de una pieza, me siente al piano para comprobar el resultado.


P.-¿Cómo se compagina la docencia con la actividad creativa?

Visto con perspectiva, con mis 76 años y ya jubilado, no sé lo que he hecho. He intentado motivar a la gente y en ocasiones me he encontrado con personas que quieren absorber la sabiduría como si fuera un saco de patatas. Los alumnos a veces me preguntaban: “¿Qué tengo qué hacer?” Se planteaban si escribir una sinfonía que gustara al mayor número de gente o bien lo que brotaba de su genio. Si es que hubiese habido genio…
Todo comienza con inocencia. Me he encontrado también con la pasividad de algunos alumnos. Es muy difícil la enseñanza. Creo que he ayudado a mucha gente a escuchar música. Los músicos no escuchan, se dedican a tocar y a cobrar, sobretodo lo segundo. En tiempos de Bach se realizaba la siguiente práctica: los alumnos copiaban una obra para estudiar composición, aquí, en mi mesa, está una copia de un alumno con sus erratas o cosas que he añadido, es un sistema de aprendizaje, copiar es muy interesante, copiar una página para ver cómo otro compositor ha manejado el material. Poca gente tiene esa paciencia. En cambio, la copia de un modelo en el aprendizaje del pintor es muy habitual.


P.-En la música española eres el compositor con la más extensa obra operística ¿cómo se produce?

R.-Desde los seis o siete años me llevaban al Liceo. Mi primera obra fue Parsifal, recuerdo que en el entreacto con mi abuela tomaba el bocadillo con leche, merendaba en el Liceo. La ópera nace para que la gente se entere de lo que se dice. Es un retorno a la tragedia griega.


P.-¿De qué obra suya se  siente especialmente satisfecho?

R.-No lo sé, tendríamos que entrar en por qué escribo con mi teoría neoplatónica. Pero si tuviera que decantarme por una de mis obras te diría la Misa para coro y órgano del año 1953.
Cuando compuse esta pieza no había estudiado con nadie, tenía dieciocho años, mi formación se reducía a las audiciones y a los libros que había leído sobre la fuga y otros temas, todos ellos publicados antes de la guerra.
Renegar del pasado de uno, es como querer huir de sus propios pies.

 


 Sobre Raúl Herrero

Auditor Real del Colegio de Patafísica de París y Caballero de la Ilustre Orden del Manto de San Miguel.