Skip to main content

Cualquier um

Nadie se imagina lo parecido que un mazakaraguaí es a un ratón. Un ratón pequeño. Ese color medio tímido,sucio y de cuando los recuerdos apenas recobran el verdadero sentido del tiempo. Estoy hablando de los minutos acumulados en vano en lugares extraños, un ascensor, un bondi.Como este en el que estamos bajando suavemente por el ka´aru. Demorándose aún en desaparecer.

Notemos por ejemplo esta mujer, que tras dudar unos instantes de repente se ha sentado bruscamente a mi lado. No la miro, sé que a partir de ahora solo tendrá ojos para el mazakaraguaí.Abro la ventanilla y el viento suave me seca la cara que ya empezaba a sudar.Pero no mis manos. Mis manos está tranquilas, como debe ser.Sobre la palma abierta de la izquierda está acurrucado el mazakaraguaí.Él tampoco mira a la mujer.

Los primeros momentos de la mujer versus el mazakaraguaí fueron deperdiciados en tratar de sentir que realmente no era un raton disfrazado.

Los momentos más intensos y placenteros vienen después: la hipnótica mirada del animalito.No era la única como se sabe.A decir verdad, apenas se daba cuenta de que era la última en caer prendada del bichito su rubor inicial aumentaba un punto más.

Pero era un privilegio para ella estar al lado del personaje principal.

Desde su lugar podía claramente darse cuenta del tamaño exquisito de los ojos del mazakaraguaí.

Y además se podía apreciar su lengua, algo verdosa, que a esa hora del atardecer en que las dudas se encienden en cualquier cabeza llena de ruido, producía una leve paranoia pictórica.

Debo confesar que realmente la lengua se asoma poco antes de su ataque aletargante. Pero esta véz pòr una extraña razón se demoró. Y fue así que los demás pasajeros también pudieron oirlo cantar. Un canto que en casa tiene otro significado. Otro por no decir opuesto. Solo el chofer con sus auriculares estaba ajeno totalmente al encanto que iba envolviendo las hileras de asientos.

La hora: 16 en punto. El sol giraba persiguiendo la sombra del cerro Caacupe y como una bandera anticuada eramos arriados hacia la última curva, siempre descendiendo. Yo apretaba los dientes con una impaciencia casi erótica.Son esos momentos en que quiero ser devorado violentamente por un tigre en celo…

El mazakaraguaí cerró la boca por un instante y fue como si mi chicle desovara un gusto a salmuera en mi saliva .

Volvamos a los ojos del mazakaraguaí: redondos, hiperoscuros, todo eso combinado con un acentuado estrabismo. Esa mezcla le daba un aire severo y ausente al mismo tiempo. Agreguemos lo de impúdico. Por esa tendencia de estar como ofrecido, a la vera del camino.

Fue en ese instante en que dio su fatídico saltito al regazo de la mujer. La miré de reojo y pude notar su creciente excitación, ese placer risueño de haber sido electa.

Pero también la mirada aprobadora de los demás pasajeros no hacía más que aumentar su complacencia. Era la tímida favorita. No hizo nada más que seguir mirándolo, sin atreverse a tocarlo. Quizá no lo acarició por que no sabía si ese era el gesto correcto para el caso.

Y ni él sufría al parecer la torpeza palmaria  de esa mujer para darle muestras de cariño. La verdad que yo, su dueño,yo el gordo sudoroso (solo la frente) tenía por él un afecto sólido y severo, de padre a hijo , de esposo a esposa.

Soy un hombre que, sin prodigar una sonriza siquiera, puede ser calificado de corazón de oro. En ese momento la expresión de mi rostro es hasta si se quiere trágica, como si estuviese en alguna misión apocalítica.

Cuando el bondi salió de la última curva al final del cerro, el sol no era más que un picor en las 42 nucas temblorosas. Todas las brisas eran una sola al  atravezar de punta a punta el silencioso colectivo.

La tarde avanzaba hacia la noche y el mazakaraguaí empezó su ataque. La mujer dormitaba profundamente, recostada sobre mi hombro izquierdo. El resto estaba como sumido en un trance de derretimiento espontáneo.Solo el chofer seguía incólume gracias a sus auriculares grises.

El canto apenas había empezado pero no iba a durar mucho. A veces le ocurre que tras los primeros minutos se sume en un mutismo que dura días. De un salto empecé a recorrer los asientos con mi mochila a un costado cargando las billeteras, joyas y celulares, no teníamos mucho tiempo.

Recuerdo que la última vez, en uno de los bolsos de una señora peliroja había un gato malhumorado y feroz. Casi nos aguó la fiesta. Él no lo vio y siguió cantando. Rápidamente pude asfixiar al felino, allí mismo en el maldito bolso de cuero marrón que le sirviera de cubil.

Como siempre me ocurre cuando estoy por acabar un trabajo me pongo un tanto depre. Pero solo un poco. Nos bajamos antes de alcanzar el puesto de peaje de Samber. Alli tomamos un taxi que en menos de 45 minutos nos dejó en la calle Brasil casi Estados Unidos, es decir en nuestra querida Asunción, nuestra dulce guarida desde hace unos meses.

Le dí una taza de arroz al mazakaraguaí y lamenté ( con una sonriza sin gracia ante el espejo) que en estos días tan llenos de noticias banales en las primeras planas, nunca apareciera la más leve alusion a nuestras andanzas.

Apuesto que me aburriré irremediablemente esta semana me dije al terminar de razurarme la barba que me había costado 2 meses de paciencia koreana hacer crecer.

Apuesto que no me ocurrirá nada que valga la pena  durante mucho tiempo. Empiezan los tiempos de vacas flacas pensé. Mi tiempo por antonomasia.

Sé que fue para él una tarde divertida.

No sé cuanto le queda de vida al mazakaraguaí. Sé que está por morir. Ocurra lo que ocurra, no lo dejaré hacerlo solo.