Se celebra hoy, 3 de mayo, con gran campaña mediática, el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Aunque en el caso cubano no hay demasiadas razones para el optimismo, ya al menos parece que la opinión internacional va acercándose -lentamente- a la realidad. Los hechos han demostrado ser tozudos: Cuba podrá ser muchas cosas opinables, pero es uno de los cinco países con mayor número de periodistas presos. (Técnicamente hablando es el primero, porque la comparación con China, el país con mayor población del mundo, no la favorece demasiado.)
Se ha dicho mil veces, pero no está de más repetirlo: los periodistas independientes cubanos realizan su trabajo en condiciones más difíciles que cualquier reportero de Occidente. Y lo hacen para obtener algo muy poco parecido al reconocimiento, incluso por parte de aquellos que, en cualquiera de los rincones del exilio, disfrutamos de todo lo que ellos no tienen. Son gente vigilada las 24 horas, amenazada, puesta a prueba por agentes encubiertos, difamada en su propio país y, aún así, convencida de lo que hace. Lo menos que podemos hacer por ellos es no cansarnos de pedir que se les reconozca el derecho a hacer libremente su trabajo. El derecho a informar la verdad: así de simple. Esa veintena de periodistas que durmieron ayer en las cárceles cubanas deben ser liberados. Y ahora que tantos periodistas y diplomáticos se esfuerzan en hallar pistas del cambio, aprovechemos para decir que esa liberación sería el único indicio creíble de que se acerca un verdadero cambio en Cuba.
Pero no basta con liberarlos. Los culpables de haber enviado a estas personas a unas cárceles inmundas, quienes les han fabricado los “delitos” de que se les acusa, quienes los han torturado en interrogatorios y acosado en la calle deben ser juzgados públicamente cuando un futuro gobierno de Cuba restablezca el estado de Derecho. Será una de las pocas maneras en que podremos quitarnos de encima la vergüenza histórica del castrismo.
A la obligación que han asumido estas personas con el presente sólo podremos corresponder si, cuando llegue el momento, nos preocupamos por exorcisar nuestro pasado inmediato e impedimos que las numerosas infamias que hoy padecen los disidentes cubanos sean eliminadas o borradas en nombre de una supuesta reconciliación. Hay carroñeros porque hay cadáveres.
Ojalá que a alguno de estos periodistas que están hoy en las cárceles cubanas le toque escribir ese polémico reportaje.