Recuerdo que en marzo de 2006 salio esta noticia en un diario chileno: “en las ediciones del sábado 4 de marzo de 2006, los diarios El Mercurio y La Tercera incluyeron un catálogo comercial de la multitienda “Ripley” (con locales comerciales en todo el país) donde se banalizan algunos métodos de tortura empleados durante la dictadura de Pinochet.” Esa era una noticia dada por el “Clarín” de Chile” en su versión en Internet del 9 de marzo de 2006 que provocó una reacción bastante crítica de aquella “publicidad” (ver foto del entonces catalogo de “Ripley”)
Era (y es) inédita esta publicidad en otras partes del mundo. No recuerdo haber visto algo semejante para vender ropa o lo que fuere. Hace un tiempo, cuando Octavio Paz, el poeta y Nóbel mexicano estaba vivo, se lanzó con furia contra la publicidad de compañías que producían sostenes para mujeres usando los senos de la estatua de la “Venus de Milo”.
Paz estaba en contra de la abrumadora publicidad de multinacionales que usaba el “arte” para vender cuanto producto salía del mercado. Paz comenzaba a ver el rumbo incierto del mercado global que ya comenzaba en los 80. Si aún Paz estuviera vivo quizás habría sufrido un ataque fulminante pues la publicidad se fue por rumbos insospechados. Más que insospechados. Se fue por rumbos impensables como en el caso aquel de las tiendas “Ripley” en Chile quien banalizó la memoria humana. Peor, redujo a un simulacro comercial el dolor que sufrieron miles (y millones) de gente bajo torturas durante cualquier régimen represivo, militar o fascista. Lo que ocurrió en el mismo Chile y pudo aplicarse también a muchos otros países de America Latina, especialmente el Cono Sur y America Central durante los 70 y 80.
La verdad es que cualquier país que hubiera sufrido una experiencia de un régimen dictatorial, resulta insólito que comerciantes, tiendas poderosas, le pagaran a artistas, diseñadores profesionales, quienes se graduaron quizás de una universidad chilena o extranjera, para que buscaran un ejemplo en la tortura y vender ropa o lo que fuere. Por un lado las tiendas “Ripley“, su gerente, o su consejo de gente quienes decidieron entonces aquella publicidad, realmente tuvieron una mentalidad enferma para re-crear en catálogos situaciones de angustia, desesperanza humana y represión bajo condiciones donde los torturados llegaron a un límite indescriptible de sufrimiento.
Es imposible encontrar un ejemplo similar al de “Ripley” – como aquel 2006 de Chile- en el mundo de la publicidad global a nivel planetario. Es que no existe, y tampoco ninguna cadena global permitiría que se vendieran camisetas con las imágenes, por ejemplo, de judíos en los campos de concentración alemanes. O que se vendieran zapatos con niños descalzos simulando las frías y bajas temperaturas de invierno en los campos de concentración nazi de Dachau, Auschwitz, o el GULAG soviético, u otros. O anunciara otra marca de suéteres con el fondo de “Villa Grimaldi”, campo de concentración durante la dictadura militar chilena.
Si aquella tienda “Ripley” hubiera continuado con esa publicidad inaceptable, sin duda otras tiendas habrían seguido su ejemplo como vender guantes de invierno usando las imágenes de los detenidos en la Isla Dawson durante los primeros días del golpe militar chileno. O vender teléfonos celulares usando la falta de comunicación entre los familiares de desaparecidos y su familiares que nunca supieron dónde estaban, ni aún saben dónde o en qué lugar de algún país de America Latina se encuentran sus huesos.
Aquella tienda chilena en 2006, con aquella macabra publicidad, apareció ante el mundo mostrando una profunda desmemoria que quizás un recién graduado ingenuo, tecnócrata ciego de la economía global, le presentó a los directores de “Ripley” aquella vez su “magnifica idea” para vender más pero resultó en algo contraproducente.
Lo importante es que gracias a múltiples protestas de defensores de los derechos humanos en Chile, bajo una presión de cientos de firmas de la sociedad civil, rápidamente esos días de marzo de 2006 aquella tienda retiró para siempre su catalogo de Internet, y de la circulación impresa, una publicidad jamás antes imaginada en Chile, ni menos en países que han sufrido horrores en guerras civiles y dictaduras. Escribo esto como rescate de la memoria publicitaria, pensando que con esta globalización se puede, con muchos grados de amnesia, volver a repetir el caso chileno mencionado. O sea , la imaginación más desconcertante para vender tanto miles de productos que salen cada día al mercado.
*Javier Campos, poeta, narrador, columnista chileno. Reside en EE.UU.