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La emboscada de Iván Humanes

El 8 de abril de 2004 mi admirado crítico Ricardo Senabre publicó una reseña sobre la novela La matarife en el invernadero de Fernando Arrabal en la que  declaraba: “El despliegue imaginativo de Arrabal, las constantes incitaciones para leer el texto como una parábola alegórica de un mundo del que los personajes logran huir al final, hacen de La matarife en el invernadero una novela llena de registros diversos, atroz y humorística, tradicional y revulsiva…”

Idénticos atributos pueden concederse a La emboscada, novela inaugural de Iván Humanes. El autor nos sorprendió con diversas colaboraciones poéticas de alta calidad en distinguidas revistas, con la publicación de los libros La memoria del laberinto (2005), el ensayo Malditos. La biblioteca olvidada (2006) y 101 coños (2007). En la solapa del libro se nos anuncia la inminente aparición de su libro de relatos Los caníbales, que aguardamos con las orejas abiertas y la mente en postura crística tras las expectativas que nos ha descubierto la lectura de su primera incursión en la novela.

Desde luego el lector no puede esperar  una narración convencional, paupérrima, con los patrones cansinos del realismo menos brillante y más explotado, ni la concesión a la linealidad y esquemas narrativos de los menos acertados best-sellers que pueblan las estanterías de muchas librerías.

La emboscada participa de la estructura fragmentaria, el uso de diferentes voces, la inclusión de reflexiones en apariencia colaterales a la trama principal, todas ellas características presentes en algunas de las mejores novelas de los últimos tres siglos (XIX, XX y XXI)  y que, en los inicios del siglo XX,  se relacionaban con la denominada novela “de vanguardia o modernista (en el sentido anglosajón)”. Así también abundan las referencias cinematográficas y del mundo del cómic (en el sentido pop del uso de la cultura de masas de La factoría de Warhol), así como el canibalismo estético (véanse las manifestaciones al respecto de Dalí, del concepto de apropiación del otro en ciertas culturas desde el punto de vista antropológico, la concepción metafísica del uso del canibalismo, etc), el humor negro…

Los cantos de Maldoror de Lautréamont, Nadja de André Breton, Carne de murciélago de Francisco Nieva, Niebla de Miguel de Unamuno, todos ellos los encontraba en diferentes momentos de la lectura… Los capítulos numerados que, en ocasiones, podrían ser  intercambiables para crear una nueva estructura, nos traen a la memoria  la Rayuela de Cortázar, El pasodoble del enigmático de Antonio Fernández Molina, pero, sobre todo, a Baal Babilonia y Como un paraíso de locos de Arrabal, esta segunda novela, por cierto, citada en las páginas de La emboscada.

Iván Humanes también recrea un ejercicio de metaliteratura, de amor a las letras, tanto por las referencias textuales  acometidas,  como por las reflexiones introducidas en torno a  la función del creador, (“En todo caso no creo que uno comience a escribir porque quiera “ser otro”, la vida es continúo desorden, pág-113”), como por la inclusión de fragmentos de “Emboscadas”, la novela de asesinatos que la voz principal ha escrito y presentado a un concurso literario “siniestro”. En los capítulos de esta novela dentro de la novela se añaden referencias a psicópatas, ya sean auténticos, como el asesino del Zodíaco, o nacidos bajo el manto de la literatura y el cine, como Hannibal Lecter.

El espejo en el  que se ha mirado Iván Humanes se encuentra disperso en los nombres y citas que, como añicos de un reflejo, el autor desparrama por las páginas: Antonio Beneyto, José María de Montells, Alfred Jarry, Kafka, Arrabal, Juan Eduardo Cirlot, Oswald de Andrade, Arthur Cravan…

Bajo la apariencia y los clichés de la “novela negra Iván Humanes describe una búsqueda interior, un viaje atroz a las profundidades del personaje de la novela y de su autor. La persecución del asesino del bosque supone un viaje iniciático por los procelosos mares del conocimiento y de  la desambiguación del yo para que personaje y autor se descubran y renazcan (para lo que es imprescindible morir primero). (Lo mejor , desertar de esos terrenos sagrados. ¿En el bosque? Se trata de silencio. Encontrar silencio. Se trata del hecho de que no se oiga ni una sola palabra. Pág-85)

La novela no disimula una cierta dosis de crítica a la institución académica. Las escenas sobre el secuestro y la reeducación de un  rector convencional, aliado con la burocracia e ignorante del profundo significado de la responsabilidad creativa, en mi humilde opinión, resultan encomiables y dignas de ser llevada a la práctica si queremos instituciones que fomenten “otros valores” en lugar de la acumulación de “materia productiva”. (El que fue rector de la Universidad  y ahora es medio matemático, con un brazo de menos dado como precio por el conocimiento… Pág-147)

Como no podía ser de otra forma, la novela se encuentra salpicada de giros poéticos, de precisiones metafóricas, cuando no alegóricas (el bosque, el laberinto, etc), que acentúan la personalidad “hipersensible” del protagonista, desubicado en una sociedad que el autor nos plantea como inhabitable. (Tengo un animal mitad escritor, mitad perro. No  lo heredé de nadie. Estaba yo a los pies de su trono cuando, vacilante, se acercó.Pág. 88)

Los personajes femeninos y el erotismo alcanzan esa ingravidez, esa deificación  de lo femenino, al tiempo que engendro amenazante, propia de la literatura surrealista  que, posteriormente,  se propagó a las novelas de diversos autores como Ramón Gómez de la Serna, Samuel Ros, el propio Arrabal, o Antonio Beneyto (léase Tiempo de quimera, también citada en la novela).

En conclusión,  una novela que al lector medio sorprenderá por su diferencia respecto a la convencional escritura que preside la mayoría de las publicaciones novelísticas en la actualidad. La emboscada sigue y persigue con total coherencia la estela  “clásica” de autores tenidos en su momento por heterodoxos y padres de muchas de las novelas más interesantes que en el mundo han sido en los últimos 150 años. Y además magnífica a Ray Charles, lo que siempre viene bien.

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 Sobre Raúl Herrero

Auditor Real del Colegio de Patafísica de París y Caballero de la Ilustre Orden del Manto de San Miguel.