Z32 (Israel, Francia, 2008): Director: Avi Mograbi. Duración 81 minutos.
La última película del director israelí Avi Mograbi retrata el testimonio de un ex-soldado israelí que en una misión de venganza mató a dos palestinos. Esa, suscintamente, es la historia de la película. Z32 comienza con el propio Mograbi hablando a cámara en el comedor de su casa. Ese espacio resulta ya familiar para quien ha presenciado alguno de sus otros documentales. Allí, Mograbi intenta una primera puesta en escena del relato con su rostro cubierto con una media, interpretando el parlamento del ex-soldado que luego aparecerá en el film.
No sabemos muy bien de qué trata el parlamento. La narración, lejos de ser fluida, se interrumpe de modo constante. La media en la cabeza no lo deja respirar y decide hacer un recorte en la zona que cubre la nariz, luego en la zona de su boca. También tiene problemas con la imposibilidad de ver, y entonces recorta la máscara-media en la zona de sus ojos. La escena muestra así la imposibilidad de que ese relato sea mediado por la mínima estética que la instancia del documental supone. Hay un cuadro, luces, al menos una idea de relato, un fondo. Las dificultades de esa inicial narración funcionan como una cifra del film, puesto que de lo que trata Z32 es de la (im)posibilidad de representar la narración del crimen cometido.
“Z32” es también el nombre cifrado del expediente del joven ex-soldado en una organización que se ocupa de denunciar los crímenes de guerra cometidos en el marco del conflicto palestino-israelí. Como el mismo Mograbi sugiere en una entrevista realizada en Buenos Aires en 2008, la letra y el número suponen una serie discreta de otros expedientes, es decir, de otros casos de crímenes de guerra.
Desde ese inicio, Mograbi estructura su film en tres espacios y tres temporalidades diferentes y entremezcladas. El comedor, locus afectivo, escenario de dudas y cuestionamientos familiares sobre el oficio de filmar, o mejor sobre qué es lo que debe ser filmado. Allí, Mograbi ingresara primero a un pianista y luego a toda una orquesta con la que se hará acompañar en una reflexión cantada, un desafinado coro griego que de modo constante se repregunta sobre la condición ética de darle voz e imagen a un ex-soldado asesino de palestinos. Y sin embargo, ésta “es la historia de un soldado formado para ser el mejor”, cantan a coro en el comedor, la historia de un joven alguna vez idealista y “de izquierdas” que acepta formar parte de un grupo militar de elite en Israel. De un modo casi brechtiano, ese espacio íntimo habilita un diálogo directo con el espectador del film. Asistimos, no sólo a las dudas de Mograbi, no sólo a la construcción de un metatexto sobre el film al que estamos asistiendo, sino a un procedimiento que, por su carácter intencionadamente disonante y hasta grotesco, nos obliga a establecer una distancia con la materia narrada.
En segundo lugar, el documental sigue la búsqueda, de la que participa el ex-soldado y el propio Mograbi, del poblado en donde una noche “Z32” mató a dos palestinos, siguiendo órdenes de sus superiores en una misión de venganza por la muerte de soldados israelíes en un atentado. A bordo de un auto, recorren juntos una ruta solitaria y también recuperan una memoria esquiva, que de repente, casi de un modo involuntario emerge frente a un muro. “Es aquí”, señala el ex-soldado. Lo que sigue es el contrapunto entre esa mirada del presente y el relato de la memoria. Y es también el relato sin atenuantes de una experiencia. No hay en las palabras de Z32 ningún distanciamiento ni ninguna justificación. Por el contrario, se trata de una recuperación vívida de la sensación, excitante y cargada de adrenalina, tal como la define el protagonista, de aquella noche en que, junto a otros compañeros, mató a dos palestinos. Y revive las corridas, los tropiezos y los disparos. Los muertos.
Finalmente, el tercer espacio es el de la casa del propio ex-soldado, la escena que él mismo arma para filmar el diálogo entre él y su novia con la cámara de Mograbi. Aquí la escena comienza in media res y el discurso del ex-soldado ya no consiste simplemente en narrar lo sucedido, sino en tratar de encontrar una explicación de por qué sucedió aquello y (quizás) la comprensión y el perdón de su novia.
Desde el punto de vista formal, el fragmento filmado por el propio ex-soldado, se muestra con toda la impericia que ello implica: fuera de foco, desencuadres, escenas malogradas. En este espacio, éste le pide a su novia dos cosas: que lo entienda y luego que lo perdone. “Contame mi historia”, le dice, esperando que se ponga en su lugar relatando o interpretando lo que él le ha contado. “Para la mujer y los hijos de ese hombre vos sos un asesino” dice ella. “¿Y para vos?”, arriesga él. La joven evade una respuesta. Lo sabe, pero no puede decirlo. El soldado también sabe, lo dice, que podría ser detenido en cualquier lugar del mundo. Tiene miedo de que lo reconozcan en la calle, que lo maten. De esta manera, este tercer espacio progresa hacia un desenlace abierto en el que el diálogo virtualmente se interrumpe cuando ella no puede y no quiere ponerse en el lugar del novio y le pide que detenga la cámara.
La temporalidad de este tercer espacio, a diferencia de las otras que parecen haber seguido una progresión, es recursiva y traumática puesto que el ex-soldado retorna una y otra vez a la situación del asesinato. Gira en torno a ese vórtice de su vida que parece querer devorarse todo en él. Asimismo, la totalidad del documental puede ser pensado como la sucesión interrumpida, como la articulación balbuceante, fragmentaria pero también ordenada por esa cuasi-pluralidad de puntos de vista, de lo que sucedió aquella noche en que ese ex-soldado mató a dos palestinos.
Por otra parte, en ese tercer espacio aparece la escucha del otro, la capacidad o la incapacidad de entender y/o perdonar. Una vez más, la novia del ex-soldado permite que pensemos en Mograbi en cuanto director de ese film y en nosotros como espectadores de ese relato. Las sucesivas narraciones del ex-soldado, todas ellas idénticas y aún así dislocadas, también nos interpelan a nosotros en tanto espectadores. El film parece dividirse entre la negación absoluta de la mujer de Mograbi, que aparece al comienzo del film y en sucesivas referencias del director, las dudas del propio Mograbi, que a pesar de todo filma, y el intento fallido de comprensión de la novia del ex-soldado.
El film expone también tres formas de dar la voz y de mostrar el rostro de un criminal. Es la voz del propio ex-soldado que dice cómo fue, qué sentía, cómo corría y cómo apretó el gatillo. Está la voz de Mograbi, que no puede decir, que se ahoga y canta ¿el juicio de la historia? Está la voz de la novia, impostada representación del joven soldado, de los modos militares de ordenar, de darse aliento. Y está el silencio de las víctimas. Los rostros son todo un desafío, porque el soldado tiene miedo (y tiene razón en tenerlo) y no quiere mostrar su rostro, apenas el número de su legajo criminal. Z32. Y además ¿cómo dar rostro a un asesino? ¿Soportaríamos verlo hablar de lo que ha hecho? ¿Queremos saber que es nuestro vecino, ese joven tan atento? Mograbi (y su esposa) saben esto. No queremos verlo, apenas escucharlo pedir perdón. Los rostros enmascarados del ex-soldado y su novia inundan la pantalla, borroneados digitalmente primero, y luego con una máscara digitalizada que oculta las facciones pero expone su artilugio. Incluso se trata de darle forma más humana, y la máscara se puebla de cejas y dimensiones reales. Hasta allí llegamos. Falta apenas un paso más para correr la máscara y verlo. Mograbi detiene allí su indagación.
FILMOGRAFIA de AVI MOGRABI: Cómo aprendí a vencer el miedo y a amar a Arik Sharon (1997), Feliz cumpleaños Sr. Mograbi (1998), Agosto, antes de la explosión (2001), Venganza por uno de mis dos ojos (2005) y Z32 (2008)