En nuestro presente la poesía escrita por jóvenes se multiplica. Aparece en revistas como Ricardito, Vox, Tse-Tse, Plebella y en un sinfín de pequeñas, y muchas veces, efímeras editoriales como Ediciones Gog y Magog, Belleza y Felicidad, Ediciones deldiego, Siesta. Cada fin de semana es posible asistir a numerosos recitales realizados en pequeños bares, en sótanos húmedos.
La pregunta que cabe hacerse es ¿de donde proviene está abundancia? Uno de los orígenes posibles, que constituye todo un relato de la reciente poesía argentina, lo protagoniza la publicación Diario de poesía en 1986, que se propuso como objetivo una difusión masiva del género. Como su nombre lo indica, el Diario se proponía en un formato periodístico tipo tabloide, con un precio accesible y una distribución masiva. En el plano estético aquella publicación produjo importantes transformaciones pues teniendo como paño de fondo al neobarroco, defendió un estilo objetivista. En el cuarto número del Diario Daniel Garcia Helder publicó el ensayo “El neobarroco en la Argentina”, en el que frente a su retórica suntuosa oponía la máxima de Ezra Pound: “La literatura es el lenguaje cargado de sentido”. La premisa básica consistía en una restricción léxica pero sin caer en un lenguaje mimético o populista.
Algunos de los jóvenes poetas presentados en esta selección pueden ser encuadrados en aquellas premisas, como por ejemplo Fabián Casas, Martín Gambarotta o Roberta Iannamico, aunque con derivaciones personales. Fabián Casas, el más grande en esta serie, por ejemplo, despliega una poética breve, en que la vivencia urbana, mirar por el balcón, sacar a pasear al perro, se encuentra atravesada por un tono melancólico que produce cierto distanciamiento con la materia que trata. En cambio Roberta Iannamico trabaja con un registro voluntariamente infantil, que enfrentado a un paisaje agreste y campero produce un vago aire de fascinación. Hay en sus poesías un eco de Oliverio Girondo aunque sin el énfasis que éste les imprimía. Martín Gambarota y Francisco Garamona culminan la serie de los nuevos objetivistas. El primero, del que extrajimos una selección de su libro Punctum, construye su poesía a través de la adición de fragmentos de un presente que oscila constantemente entro lo nominado y lo innominado. En esa tensión, por la que se desplazan nombres de series de televisión, cantantes, insectos y utensilios junto a imperceptibles movimientos del aire o motas de polvo, surge una poesía que procura fijar, precisamente, aquello que transcurre. Pero al mismo tiempo, en Punctum, aparece la historia reciente de Argentina, las mitologías revolucionarias del peronismo, la militancia del grupo armado Montoneros. Francisco Garamona, el más joven de la serie, al igual que Fabián Casas, despliega una poesía que se ocupa de situaciones cotidianas, con un lenguaje llano aunque atravesado de estilemas líricos.
Nicolás Pinkus, que realizó talleres de poesía con Tamara Kamenszain, constituye un caso diferente. La cita a Alberto Girri demuestra fundamentalmente una tradición excéntrica para la poesía en Argentina, que tiene como base a T. S. Eliot, Ezra Pound o John Donne. Con un específico trabajo sobre el encabalgamiento, que lo distingue de los poetas mencionados anteriormente, Pinkus construye una poesía rítmica y elegante que, sin embargo, escapa a la ampulosidad. Silvio Mattoni, mediante un tono narrativo, construye lo que él mismo denominó una poesía dramática, en donde aparecen personajes y acotaciones dramáticas a través de didascalias.
La selección presentada no pretende exhaustividad, tampoco lo pretende el comentario que he esbozado en las líneas precedentes. A los poetas escogidos podría adicionarles otros como Juan Desiderio, Santiago Vega o Laura Withman. Sin embargo, aunque carezca de exhaustividad, la selección intenta ser reflejo de algunas estéticas dominantes en la poesía del presente en Argentina y el comentario una breve guía para una selva espesa de nombres.
Fabián Casas (Buenos Aires, 1965): En 1998 obtuvo la beca Fullbrigt y en 2003 la beca Antorchas. Ha publicado los siguientes libros de poesía, Tuca (1990, Tierra Firme); El salmón (1996, Tierra Firme); Pogo (1999, Ediciones Deldiego); Ocio (2000, Tierra Firme); Oda (2004, Tierra Firme); El Soleen de Boedo (2004, Vox)
El moscardón
Un pequeño kamikaze
golpea la ventana tratando de entrar.
Posiblemente el frío matinal
lo despertó de la juerga calurosa
de la noche -nosotros mismos
tuvimos que cerrar las ventanas
y correr a taparnos por el temporal-
y ahora (un poco más punk
que el albatros de Baudelaire)
renuncia, aturdido,
a su inasible elegancia.
Improvisados
Estamos abrazados en una cama improvisada en el piso.
Tus ojos están cerrados; pero no sé si dormís.
Este es tu cuarto de soltera,
un lugar agradable, neutral.
Por la ventana suben los ruidos
de un día que empieza a moverse.
La ropa permanece arrugada, a un costado
ignorando la farsa de dar y recibir.
Una oscuridad esencial
Hay una oscuridad esencial en esta calle.
Un único farol ilumina el contorno
y árboles domesticados, altísimos,
producen una música de acuerdo al viento.
Miro a mi perro,
una conciencia a ras del piso
que hurga y mea en la tierra
y pienso en mí, hundido
en el lenguaje, sin oportunidad,
sosteniendo una correa que denota
lo que fue necesario para estar unidos.
Después de largo viaje
Me siento en el balcón a mirar la noche.
Mi madre me decía que no valía la pena
estar abatido.
Movete, hacé algo, me gritaba.
Pero yo nunca fui muy dotado para ser feliz.
Mi madre y yo éramos diferentes
y jamás llegamos a comprendernos.
Sin embargo, hay algo que quisiera contar:
a veces, cuando la extraño mucho,
abro el ropero donde están sus vestidos
y como si llegara a un lugar
después de largo viaje
me meto adentro.
Parece absurdo: pero a oscuras y con ese olor
tengo la certeza de que nada nos separa.
Bruno
Las plantas reverdecen
soportando la violencia del verano.
Tomás la regadera, el torso al desnudo
en el sol; tus ojos que se fijan
en un cielo límpido
y el viaje que termina.
Todo está como lo dejaste:
el barco en una mañana brumosa,
un hotel frío instalado en otro idioma
y esta casa, donde posaste el radio
de tu imaginación, y crecí en él.
Un plástico transparente
Abrí la puerta y te estabas bañando.
Los vidrios empañados, el ruido del agua
detrás de las cortinas,
las cosas esenciales instaladas
fuera de la razón.
Me llamaste, acercaste la cara
y nos besamos a través del plástico
transparente: fue un instante.
Las parejas y las revistas literarias
duran casi siempre dos números.
Sin embargo, de a poco,
le fuimos ganado terreno al río:
días interminables en los que el caos
tomaba tu forma para envolverme mejor.
Paisaje
En las noches de calor
alguien invisible parece
cortarse las uñas
bajo el cono de luz.
El tac-tac insistente
de los bichitos verdes
que al merodear la lámpara
golpean el armazón del velador.
Roberta Iannamico (Bahía Blanca, 1972): Actualmente reside en Bs. As. donde estudia Comunicación en la UBA. Resultó finalista del I Concurso Hispanoamericano de Poesía organizado por la revista VOX (1997) y del Concurso Nacional de Poesía “Miguel Angel Bustos, Roberto Santoro y Francisco Urondo” (Bs. As. 1997). Ha publicado El collar de fideos (Vox, 2001), Mamushkas (Vox, 2002). Los poemas seleccionados pertenecen a su libro El zorro gris, el zorro blanco, el zorro colorado (Vox)
El caballo y hay tormenta. El viento le viene
en contra
Lo peina con cola de caballo.
La voz del botellero rebota en los adoquines.
-¡Corre caballito de hule!
-¡Corre cabalincunquinca!
El ruido de la botella los emborracha. Les da un
Aire de reciencasados.
Guarda que pasa el botellero
tirando mensajes al mar
y hay que aprender otra vez
a leer y escribir
con los caprichos del agua y del vidrio
que están hechos de lo mismo.
Ponerse los ojos de los pescados
que no pueden bajar el toldo
y mirarse para adentro.
De tanto cruzar el océano los nadadores se
destiñen.
Les crecen naufragios en la espalda.
Desde una punta de la isla la mujer arroja una
media de red.
Cansados se dejan pescar: tienen los dientes
hermosos.
Sonríen y ella toca el xilofón con una ramita de
tamarisco.
Estirando la media arma un tendal y los pone a
secar al sol.
Pálidos se balancean.
Cantan igualito al mar.
Ella les peina las algas y los cubre de tatuajes.
Juega todo el día con los nadadores.
A la noche los tira al mar amarrados de los tobillos.
Hay en el patio un matorral de totoras y otro de colas
de zorro.
Para cruzarlo se agarra los bordes de la pollera y las
piernas se le
acarician.
Entonces los zorros tienen murmuraciones
subterráneas, y refriegan los
hocicos en el sol, y se comen las raíces de las totoras.
El baldío es abierto como un mar
lo cruzamos yo y mi amigo
el burro por delante
pinchan los yuyos en las patas sin medias.
En el verano venía el circo
No nos interesaban ni los elefantes ni los tigres
ya los conocíamos de las películas
pero sí un caballito enano
que tenía un ojo de cada color.
Sarco.
Un ojo azul y otro marrón se llama sarco.
después vinieron los chistes
tiene un ojo marrón y otro a-zu-lado
pero era para disimular que al caballo lo queríamos
para nosotras
nos habíamos enamorado de él
puede estar un día en cada patio
o en el baldío.
El sarco en el baldío.
Si se puede mirar descampado y saber si viene
tormenta
yo voy a mirar los ojos de mi caballo
el azul si quiero ver el mar
el marrón si quiero ver la tierra.
Por la ventana que da afuera me dicen sabías que
pascual se fue al cielo
yo digo que sí pero es mentira
el caballo y el abuelo corren por el mar abierto
por el campito de la muerte baldía
se pinchan las patas.
Justo cuando estaba por la mitad
tuve que volver para tomar la leche
no se qué hay en el fondo del baldío
nunca llegué hasta la tormenta.
Martín Gambarotta (Buenos Aires, 1968): Ha publicado Punctum (Vox, 1996), Pseudo (Vox, 2000) y Relapso+Angola (Vox, 2005).
1
Una pieza
donde el espacio del techo es igual
al del piso que a su vez es igual
al de cada una de las cuatro paredes
que delimitan un lugar sobre la calle.
La bruma se traslada a su mente
La bruma se traslada a su mente
vacía, no sabe quién es y el primer
pensamiento “un perro que se da cuenta que es perro
deja de serlo” vuelve a formar parte
del sueño pero aparece, difusa,
la maceta: una pava abollada con plantas
en el centro de la mesa: dos caballetes
sosteniendo una tabla de madera
–entonces está despierto.
Las manchas de óxido en el cielo–
el color de la luz sobre las cosas, el cielo
que se retrae y es óxido borroneado
entre sus ojos y cae dormido de nuevo, pero aparece
un orden en la materia despierta.
La ubicación lúcida
del lugar en el día, el ruido,
el cuerpo latiendo,
la ruina de una idea que corre
por una red de nervios,
palabras de acero
contenidas en un soplo:
un orificio cabeza de alfiler
en una cavidad del corazón.
2
En el 2do. estante,
un tenedor torcido entre el alcohol puro
y las gillettes usadas.
Sobre la heladera tiembla
una estatuita: es un tenista bañado en oro falso
en el acto de sacar el primer servicio.
Cada minuto un trofeo de plástico.
Y en qué momento un hombre pierde
noción y su mente queda en blanco:
cuando no puede dormir y no aguanta
el hecho de estar despierto.
Cómo se llama eso que cuelga de la pared,
cómo se llama eso que cubre la lámpara.
Rodeado de cosas sin nombre a mí también
me hubiera gustado empezar esto
con: de noche junto al fuego
pero acá
no hay, salvo en potencia, fuego
y eso que se divisa, una oscuridad
baldía sobre nosotros, a duras penas
puede ser llamada noche, nada
hace suponer el final de la transmisión nocturna
que ahora termina y deja
la pantalla nevada
trasladando a la penumbra del pasillo
la oscilación de un aire gris que no provoca
ninguna emoción salvo en las cosas.
Antes del corte de la programación estuvo
el vuelo de una polilla en la pantalla
a contrapunto de la banda de sonido del Gran Chaparral,
una japonesa que se tiraba a la pileta,
los subtítulos en verde decían:
“acaso no eres tú la de los ojos azules”,
en otro canal, el documental sobre cáncer de piel
y en otro un delfín saltando aros de fuego
y de nuevo la japonesa secándose la nuca
con la toalla, mirando la cámara
cambia y otro dice “solo se escribe
acerca de la muerte por dinero.”
Cadáver, esto ya no es rock,
algunos roban estéreos, otros roban esposas
pero todos robamos.
Discriminando entre el dolor y la apertura siciliana
va hasta la pieza y en una hoja escribe
la jugada de una partida por correspondencia
que va a reproducir un tablero en Concordia
en otra noche. Alguien lee
la nota: Jaque,
torre negra toma peón alfil uno
mate
y sabe que todas sus piezas están perdidas.
No hay color, únicamente
queda la variación en los tonos
de gris que, en el pasillo,
se funden con el destello aguado de un aviso de yogur
que viene de la calle:
PORQUE LO MAS IMPORTANTE dice ES UNO MISMO.
4
Hace un año la noche era igual
y nada le asegura que, acostado,
ésta no sea en realidad
otra noche y que el pasado
no pasó
o está gateando
por debajo de esa cama.
La noción del tiempo
perdida hasta que el alcohol le dilata
suave, las arterias
y un latido irregular del corazón
alcanza
para que las horas se reacomoden
en alguna de las dos noches
donde toma algo de un vaso rajado.
Mirando el reflejo de su cara
en el revés de una cuchara,
puede tirar el vaso a la mierda o dejarlo
en la mesa de luz: entre esos dos
puntos del deseo vacila el futuro
y lo importante podrá ser
el ruido,
azul, de los cubitos
de hielo derritiéndose en el vaso
pero lo esencial es el fulgor de una soldadora
llegando desde una construcción lejana: el esqueleto
de un edificio sin terminar
congelado en la iluminación que, desde más atrás,
irradia la terminal empapelada
con afiches de la gobernación:
NO, dicen el rojo, a la droga.
A mitad de cuadra los empleados de una farmacia de turno
fumando bajo una cruz, verde, de neón. Alcanza con bajar
la persiana para eliminar la escena. Cadáver, cada hora
que pasa vale más que un año en la vida de un perro.
Acostado
en la cama impresionista, sentiría
el roce de un grano de arroz en su paladar seco,
mira la foto de una amiga
que estuvo internada
en un hospicio de París. Eso
suena pretencioso y, releyendo,
sería mejor cambiar París por Federación, hospicio
por hospital, internada por encerrada, pero
se atiene a los datos reales de la nota
detrás de la foto. En el papel
brilloso está prendiendo un cigarrillo,
protege la llama del encendedor en el hueco de la mano
de aquel viento que arrasó una playa. Atrás: el mar
cuando las olas crecen para romper.
Bajo un cielo anti-óxido su amiga, algo pálida;
el pelo del largo al que llega
dos meses después de rapado. La escena soluciona
un problema: sabría a quién llamar si en el bolsillo
de su pantalón, en vez de un cassette y una goma de borrar,
tuviera dos fichas larga distancia.
6
….
Maleza mojada. Maleza. Plantas.
Luz lluviosa (pantalla).
…..
El trabajo de tal y tal en un taller armando llaveros
pegando muñequitos de Jesús a unas cruces
i.n.r.i. de plástico.
….
No soy parecido a ése
sino que soy el que agarra
y con los restos de un
aerosol pone la palabra D—–
en su remera.
….
El que se apellidaba Héroe.
….
Tiró un cartón de yogur bebible por la ventanilla
al mismo tiempo que volanteaba, a los gomazos,
el Ferlaine por los adoquines de Gandhi.
….
El abogado que mataron metiéndole
un palo en el culo.
….
La cabecera oxidada
de una cama de hospital
en el basural.
….
O no pasa nada o no entiendo
lo que pasa.
….
En el mismo lugar velocímetros rotos.
…
Y qué hay del tío de G,
que cuando visitaba su país natal
hablaba un castellano perfecto
pero que de vuelta acá le volvía el acento raro.
….
Y esa vez que tuvo un derrame mezclaba
las palabras de uno y otro idioma
como el que.
…..
Perro que se da vuelta
y ataca a su propio dueño.
……
Y en los días de calor, a cierta distancia,
los edificios desvirtuados detrás
de una capa de vapor.
….
Un tipo desnudo en campera de cuero.
….
El viejo postrado dudando en qué idioma
pensar “me estoy muriendo” a causa del exceso
de sangre que corría por su cabeza.
…..
Esto es lo que yo llamo un
cocktail. Esto es lo que
estoy….Nemrod.
……
Nebulosa.
……
Mear sangre.
……
Qué, a vos también te gustaría
ser un lanzallamas, llenarte
la boca de kerosene azul
y untar, si es que se dice así, en el balde
un palo con un trapo en la punta
llevártelo a la boca y escupir combustible
entre los dientes para ver cómo el chorro prende fuego
unos centímetros por encima
de la carne ajada de los labios?
…
ENSAYO (Sid Vicious)
Vicious en el sentido de sádico. De pibe
apaleaba perros en el parque Slough.
Y Sid porque ningún careta
jamás le pondría ese nombre a su hijo.
Mi verdadero nombre fue John Slivkin.
Creo que Slivkin quiere decir
preso en eslavo.
Cuando tenía 15 aprendí a tocar el bajo
con tres dedos.
A los 19 usaba dos.
Ese año grabamos un disco llamado
La Gran Estafa del Rock and Roll
y pasé unos días en el Chelsea Hotel.
Al otro verano
toda la pendejada de Inglaterra
andaba usando esas remeras con la primera plana
de The Sun estampada en el medio.
Sid Vicious, decía el titular, is dead.
Francisco Garamona (Buenos Aires, 1976): Ha publicado Parafern (Deldiego, 2000), El verano (Deldiego, 2001), Carcaraña (Casa de la poesía de la Ciudad de Buenos Aires, 2002), Cuaderno de vacaciones (Siesta, 2003), Pequeñas urnas (Gog y Magog, 2003), Una escuela de la mente (Eloísa Cartonera, 2004), La momificación de Bárbara (Junco y Capulí, 2004)
Confección de terciopelo
Algunos ruidos había, pasaban
por el cráneo de cristal apoyado
en la repisa, y se encaminaban
rasando las espaldas, las junturas
de los nervios en la clavícula.
Una película de la nada, apoyada,
clavada, haciendo los ecos del instante
que pasamos junto al lavarropas
y la pileta de la cocina con tazas flotando.
Caminar de una pared hasta el juncal,
la ventana, ruta de aprendizaje
de las vocales y sus escrituras fosfóricas.
Apretaba el cráneo de seda contra los labios,
cristal molido de la playa y la arena
batiendo la melodía de una estación.
Caminamos. Dos personas.
Se juntan en la molicie del café,
miran caer la tarde desde una ventana.
Con los zapatos marrones desatados
vamos a dar una vuelta, hermana
y hermano frente a la cúpula
de los helados nos detenemos,
moscas azules en la heladera.
Como padre e hija, como muchacho
y muchacha o amigo-amigo.
El cielo, los rasgos de tu cara en el sol,
lo que querías decir en una media lengua
que aquilataba la espera, los gestos,
los cordones de los zapatos enredados
y con manchas de rocío.
Recordábamos sentados o un poco más lejos,
abismos que la luz leía, suaves planos
donde desnudos nos miramos al espejo.
Era el alba clara, cuando la chica seca
su vestido contra la estufa, y en el cuarto
se despeja una energía azul de primer día.
Las calles de agosto con un viento abdominal,
tardío; que roe los parques, los juegos
vistos desde la ventana del colectivo.
Recordábamos, dejábamos rodar el tiempo
en un declive dulce, prolongado;
como ciertas drogas que tallan
en los huesos la cifra de un record.
Arriba y abajo donde se bifurcan
los amores infantiles, una moto de agua
rompe el silencio, aquello de la luz
cuando se agota, el llamado de una nena,
ondas de calor que distraen.
Membrillo y unas tardes doradas,
arena en los ojos, el llamado alargado
en la comisura de los labios,
un juguete manso en la arena de pie.
Ah…, cantabas una lenta cumbia,
cambiabas de color y te encontrabas
en el centro pasajero de una rima.
Juntidad del coral, anillos que ella compraría,
que ella metería los dedos ahí.
Humo, clorofila, puentes de helado
en los terrones deshechos, apelmazados.
A la mañana cuando el olor del pan
despierta a las camitas, sus patas de madera,
música atigrada trepando las paredes…
El amor de un hijo cambiaría,
como los segundos de las horas,
las teclas de un juego acuático.
Sus manos opondrían la fijeza
de sus sueños, los segundos
conquistados en la sangre ciega.
Y está bien así, las paredes enganchan
a esos fantasmas que se vuelan de un corte.
El pelo de cepillo para que le digan:
-pibe volvé en otro momento,
esto lo va a saber tu viejo.
Las paredes escritas de su piel
y en la ropa el gusano verde, seráfico.
Pasarían días difíciles, aburridos;
con el tiempo cambiado se dormirá de día,
y en la noche aparecerán las llagas
de un color rojizo; todo cambiaría,
los espacios destinados a los útiles,
o aquel manojo de lápices en un cubo fluor…
Se sellarían porcelanas y pactos, a los días.
Nicolás Pinkus (Buenos Aires, 1969): Es Licenciado en Comunicación Social y Magíster en Periodismo, docente universitario y periodista. Los poemas seleccionados pertenecen a su libro Postmorten Daguerreotypes (Tsé-Tsé, 2002)
La Atlántida chilena
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Viajeros que viajan para contar que el agua
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obtenida cavando es igual
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en cualquier territorio
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Alberto Girri, Metáforas con viajeros
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Pacífico
Vuelven los días de marzo en pleno fin de año
se cubren con barras de hielo vuelve
el recuerdo de estaciones sobre el hilo de la pampa, riel
inhabitable
en el tiempo
no hay medio de locomoción
que no boquee como pez muerto
la baba de los héroes vuelven
los días con su afán evangélico decirme
cómo hablar
con los hermanos se parecen
a un collar de ahogados en el medio
de la nada, el Pacífico
baño frío
que no rescata este cuerpo
cuentas
inmóviles
como la balsa de las horas sin sorbo
potable
dulces
aguas del fin
de los veranos
donde los durmientes
a cuál fondo
qué océano desbocan
con su carga de tinajas
hundidas
aguas osamentas este fin
este verano.
Atlántico
La Atlántida
chilena porque los Andes retienen todo el agua
de las lluvias
el vergel se espuma
en vado oeste
como rosas del vecino, la frontera
germina
en otro lado
nacen tallos con la fuerza del molusco
y los fiordos se pueblan de cabañas: es otro
mi país
pletórico de branquia
y sin agua.
Leteo
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Alter wich you led me to water
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And bade me drink, wich I did, owing to your kindness.
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John Ashbery, How much longer will
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I be able to inhabit the divine sepulcher
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Barca que me has de llevar
hacia el mar
vuelve tu proa hacia mi vientre
y embiste. Di
que no fue nada
un descuido de sal
un ignorar
faros.
Harta barca me has de llevar
y no me traerás
más
la próxima vez
me interno solo
hasta que el agua llegue
al tobillo el cuerpo extenso no haga
pie
adiós
pecho
cintura
porque me tragará todo primero y luego
-así espero-
lo trago todo yo.
Y este punto rojo dulce
que por deseo cae
deja estelas adentro y hace nido
en el píloro la tráquea
miente siempre
su excusa nutritiva por el cuerpo
no es más que pobre
un caramelo
en su paso de almíbar
por la entraña
se libera de corazas mermelada
y melaza esparce
en la cruzada.
Qué destino bermellón esta gragea,
frutar al tan amargo
oscuro centro
de mi centro y en tal lumbre
perder su forma su color era tan rojo
tan dulce aquel deseo
pero claro caía
y caía hacia mí mismo.
Silvio Mattoni (Córdoba, 1969): Doctor en Letras. Ha traducido textos de Giorgio Agamben, Georges Bataille y Gilles Deleuze. Ha publicado los siguientes libros de poesia, Trabajos de amor perdido (1992, Último Reino); El bizantino (1994, Alción); Tres poemas (1995, Alción); Sagitario (1998, Alción); El país de las larvas (2001, Paradiso); Hilos (2002, Alción); Poemas sentimentales (2005, Siesta).
Las calamidades
Los faros del auto iluminan la ruta.
¿Cómo podremos decir lo que debe ser dicho,
si cuatro amigos viajan, perdido el tiempo
en que se visitaban? Largo y viejo
es el auto: la edad de las visitaciones
se ha ido con los éxtasis. Ni la más pequeña
de las lágrimas cabe en las palabras.
Los conduce la noche, si no el sombrío
encierro de esa cápsula arrojada
en el camino, a hablar, ¿con qué propósito?
Uno por uno, aunque se dirigiesen
a los demás, siempre sería uno.
El presente, en efecto, es igual para todos,
pero lo que se pierde nunca lo es:
así el instante de sus palabras permanece
virtual y simplemente separado del resto.
1
Maldice el día en que se detuvo
¿Quién puede prever lo que va a pasar?
¿Quién, saber lo que le espera? Yo tuve
la esperanza acuática de mi destreza
en el arte de pintar. Mezclaba entonces
cada tono, finísimas láminas, efectos
de luz y sombra. Pero los años
no me dieron la medida exacta
de mi trabajo. ¿Adónde están ahora
mis potencias? ¿En qué lugar se decidió
poner un límite a mis manos? ¿Tuve
algo, alguna vez? Recuerdo, amigos,
a una chica pálida y diminuta
que hablaba muy despacio. La quise,
vivimos juntos cuatro años. Al pintar,
su cuerpo era un remolino vacilante
sobre un banco de madera. Cuando se fue,
supe que yo no sería nada, apenas
un mediocre artesano, uno de miles,
preparando un futuro ajeno. ¿Adónde
se cortó ese hilo que me sostenía
del cielo? Entonces yo flotaba y ahora
me hundo en los más oscuros pozos,
en la inmovilidad, en la repetición
más anodina. Las aguas del destino,
¿pude haberlas surcado? ¿Había un barquero?
¿Qué hice mal? ¿Qué moneda olvidé,
cegado por el velo de mi juventud? Amigos,
ustedes no pueden saberlo, pero pienso:
¿habrá aún esperanza para mí?
didascalia
Su mano izquierda sostenía el volante, llevándolo
con muy ligeros toques. La forma de su rostro
era el efecto de una causa ausente, unas gotas
que habían caído por su frente, bordeando
la nariz y la boca, una condena perpetua
cuyo origen se perdía en la ruta desierta.
Maldice el día de su nacimiento
No hubiera podido, amigos, desaparecer
de otro modo. ¿Cómo creer, entonces,
en mis pasajeras decepciones? ¿Cómo
no ver ahí las huellas de una desesperada
vitalidad? Cada uno de mis cuadros
era una advertencia cuya luz, tan precisa
cuando el pincel corría veloz y claro,
se hacía al tiempo gris, densas tinieblas
de mis imitaciones transparentes, surgiendo
del fondo de la tela. Y ella, cansada
de mis preguntas, preparaba en silencio
sus enormes bastidores. ¿Estuve cerca
o nadie más que yo experimentaba
el engaño? ¿Qué decidió el momento
y el lugar de mi nacimiento, del destello
fatuo, apagándose antes de mi muerte?
¿No son pocos mis días? Amigos, ¿no son
un parpadeo del cielo, un guiño cómplice
que casi sorprendí? Ustedes me dicen
que soy bastante bueno, pero entonces,
¿por qué alguien puso en mi cerebro opaco
una chispa extinguida, una imagen vacía
o una pintura blanca que se quema
en la vanguardia del olvido? Si ya no hago
sino decorar salas, si repito, si miento,
¿dónde, pues, estará ahora mi esperanza?
2
Maldice el día en que se desplazó
Hace casi diez años, estuve, amigos,
con una hermosa chica. Meses
había pasado mirándola, en secreto;
luminoso secreto: ella lo supo.
Mis labios lo decían, mis palabras
rebotaban alegremente en las paredes
pálidas del barrio. Pero yo,
triste, esperé hasta que un gesto
mudo la puso ante mí. Entonces,
durante unas semanas, cometía
los más impropios silencios, roces
de mi cuerpo cristalinamente torpe.
Hasta que un día me fui de una vez
y para siempre. Cuánto tiempo
tardó su ausencia en golpearme.
Y cuán inesperado sería el golpe.
Nadie puede asestarlo, si bien yo
lo esperaba en silencio. Un año
después de mi separación imprevisible,
la noche daba sombras a mi memoria
incierta, cuando vi, tumultuosos,
a una banda de tipos corriendo
hacia mí, pero mi cuerpo, inmóvil,
no se apartó. Fui golpeado. La sangre
se deslizaba por mi cara. Luego, solo,
traté de caminar y tomé un taxi.
¿Qué me impedía pronunciar ni siquiera
una sola frase de dolor? ¿Por qué
es más grave mi llaga que mi gemido?
didascalia
Su voz maniática colaboraba,
desde el asiento trasero, en diagonal
a la melancolía del conductor,
con trazos más vívidos, calmando
la expectativa del inicio, incierto, pero,
también acentuando el fondo oscuro
adonde se destaca la juvenil belleza
de su pérdida. Tras sardónica mueca
de nervios excitados, aunque sin el más mínimo
resentimiento, se despega el recuerdo
de su rostro, inquieto, como una lámina
de escena impresionista con muchacha
de espaldas. Él mira, no su expresión,
sino la del pintor que maneja y escucha.
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