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El spleen del presente: alguna poesÍa argentina

En nuestro presente la poesía escrita por jóvenes se multiplica. Aparece en revistas como Ricardito, Vox, Tse-Tse, Plebella y en un sinfín de pequeñas, y muchas veces, efímeras editoriales como Ediciones Gog y Magog, Belleza y Felicidad, Ediciones deldiego, Siesta. Cada fin de semana es posible asistir a numerosos recitales realizados en pequeños bares, en sótanos húmedos.

La pregunta que cabe hacerse es ¿de donde proviene está abundancia? Uno de los orígenes posibles, que constituye todo un relato de la reciente poesía argentina, lo protagoniza la publicación Diario de poesía en 1986, que se propuso como objetivo una difusión masiva del género. Como su nombre lo indica, el Diario se proponía en un formato periodístico tipo tabloide, con un precio accesible y una distribución masiva. En el plano estético aquella publicación produjo importantes transformaciones pues teniendo como paño de fondo al neobarroco, defendió un estilo objetivista. En el cuarto número del Diario Daniel Garcia Helder publicó el ensayo “El neobarroco en la Argentina”, en el que frente a su retórica suntuosa oponía la máxima de Ezra Pound: “La literatura es el lenguaje cargado de sentido”. La premisa básica consistía en una restricción léxica pero sin caer en un lenguaje mimético o populista.

Algunos de los jóvenes poetas presentados en esta selección pueden ser encuadrados en aquellas premisas, como por ejemplo Fabián Casas, Martín Gambarotta o Roberta Iannamico, aunque con derivaciones personales. Fabián Casas, el más grande en esta serie, por ejemplo, despliega una poética breve, en que la vivencia urbana, mirar por el balcón, sacar a pasear al perro, se encuentra atravesada por un tono melancólico que produce cierto distanciamiento con la materia que trata. En cambio Roberta Iannamico trabaja con un registro voluntariamente infantil, que enfrentado a un paisaje agreste y campero produce un vago aire de fascinación. Hay en sus poesías un eco de Oliverio Girondo aunque sin el énfasis que éste les imprimía. Martín Gambarota y Francisco Garamona culminan la serie de los nuevos objetivistas. El primero, del que extrajimos una selección de su libro Punctum, construye su poesía a través de la adición de fragmentos de un presente que oscila constantemente entro lo nominado y lo innominado. En esa tensión, por la que se desplazan nombres de series de televisión, cantantes, insectos y utensilios junto a imperceptibles movimientos del aire o motas de polvo, surge una poesía que procura fijar, precisamente, aquello que transcurre. Pero al mismo tiempo, en Punctum, aparece la historia reciente de Argentina, las mitologías revolucionarias del peronismo, la militancia del grupo armado Montoneros. Francisco Garamona, el más joven de la serie, al igual que Fabián Casas, despliega una poesía que se ocupa de situaciones cotidianas, con un lenguaje llano aunque atravesado de estilemas líricos.

Nicolás Pinkus, que realizó talleres de poesía con Tamara Kamenszain, constituye un caso diferente. La cita a Alberto Girri demuestra fundamentalmente una tradición excéntrica para la poesía en Argentina, que tiene como base a T. S. Eliot, Ezra Pound o John Donne. Con un específico trabajo sobre el encabalgamiento, que lo distingue de los poetas mencionados anteriormente, Pinkus construye una poesía rítmica y elegante que, sin embargo, escapa a la ampulosidad. Silvio Mattoni, mediante un tono narrativo, construye lo que él mismo denominó una poesía dramática, en donde aparecen personajes y acotaciones dramáticas a través de didascalias.

La selección presentada no pretende exhaustividad, tampoco lo pretende el comentario que he esbozado en las líneas precedentes. A los poetas escogidos podría adicionarles otros como Juan Desiderio, Santiago Vega o Laura Withman. Sin embargo, aunque carezca de exhaustividad, la selección intenta ser reflejo de algunas estéticas dominantes en la poesía del presente en Argentina y el comentario una breve guía para una selva espesa de nombres. 

Fabián Casas (Buenos Aires, 1965): En 1998 obtuvo la beca Fullbrigt y en 2003 la beca Antorchas. Ha publicado los siguientes libros de poesía, Tuca (1990, Tierra Firme); El salmón (1996, Tierra Firme); Pogo (1999, Ediciones Deldiego); Ocio (2000, Tierra Firme); Oda (2004, Tierra Firme); El Soleen de Boedo (2004, Vox)

 

El moscardón  

Un pequeño kamikaze  
golpea la ventana tratando de entrar.  
Posiblemente el frío matinal  
lo despertó de la juerga calurosa  
de la noche -nosotros mismos  
tuvimos que cerrar las ventanas  
y correr a taparnos por el temporal-  
y ahora (un poco más punk  
que el albatros de Baudelaire)  
renuncia, aturdido,  
a su inasible elegancia.

 

Improvisados  

Estamos abrazados en una cama improvisada en el piso.  
Tus ojos están cerrados; pero no sé si dormís.  
Este es tu cuarto de soltera,  
un lugar agradable, neutral.  
Por la ventana suben los ruidos  
de un día que empieza a moverse.  
La ropa permanece arrugada, a un costado  
ignorando la farsa de dar y recibir.

 

Una oscuridad esencial  

Hay una oscuridad esencial en esta calle.  
Un único farol ilumina el contorno  
y árboles domesticados, altísimos,  
producen una música de acuerdo al viento.  
Miro a mi perro,  
una conciencia a ras del piso  
que hurga y mea en la tierra  
y pienso en mí, hundido  
en el lenguaje, sin oportunidad,  
sosteniendo una correa que denota  
lo que fue necesario para estar unidos.

 

Después de largo viaje

Me siento en el balcón a mirar la noche.  
Mi madre me decía que no valía la pena  
estar abatido.  
Movete, hacé algo, me gritaba.  
Pero yo nunca fui muy dotado para ser feliz.  
Mi madre y yo éramos diferentes  
y jamás llegamos a comprendernos.  
Sin embargo, hay algo que quisiera contar:  
a veces, cuando la extraño mucho,  
abro el ropero donde están sus vestidos  
y como si llegara a un lugar  
después de largo viaje  
me meto adentro.  
Parece absurdo: pero a oscuras y con ese olor  
tengo la certeza de que nada nos separa.

 

Bruno

Las plantas reverdecen  
soportando la violencia del verano.  
Tomás la regadera, el torso al desnudo  
en el sol; tus ojos que se fijan  
en un cielo límpido  
y el viaje que termina.  

Todo está como lo dejaste:  
el barco en una mañana brumosa,  
un hotel frío instalado en otro idioma  
y esta casa, donde posaste el radio  
de tu imaginación, y crecí en él.

 

Un plástico transparente

Abrí la puerta y te estabas bañando.  
Los vidrios empañados, el ruido del agua  
detrás de las cortinas,  
las cosas esenciales instaladas  
fuera de la razón.  
Me llamaste, acercaste la cara  
y nos besamos a través del plástico  
transparente: fue un instante.  
Las parejas y las revistas literarias  
duran casi siempre dos números.  
Sin embargo, de a poco,  
le fuimos ganado terreno al río:  
días interminables en los que el caos  
tomaba tu forma para envolverme mejor.

 

Paisaje

En las noches de calor  
alguien invisible parece  
cortarse las uñas  
bajo el cono de luz.  

El tac-tac insistente  
de los bichitos verdes  
que al merodear la lámpara  
golpean el armazón del velador.

 

Roberta Iannamico (Bahía Blanca, 1972): Actualmente reside en Bs. As. donde estudia Comunicación en la UBA. Resultó finalista del I Concurso Hispanoamericano de Poesía organizado por la revista VOX (1997) y del Concurso Nacional de Poesía “Miguel Angel Bustos, Roberto Santoro y Francisco Urondo” (Bs. As. 1997). Ha publicado El collar de fideos (Vox, 2001), Mamushkas (Vox, 2002). Los poemas seleccionados pertenecen a su libro El zorro gris, el zorro  blanco, el zorro colorado (Vox) 

El caballo y hay tormenta. El viento le viene

en contra

Lo peina con cola de caballo.

La voz del botellero rebota en los adoquines.

-¡Corre caballito de hule!

-¡Corre cabalincunquinca!

El ruido de la botella los emborracha. Les da un

Aire de reciencasados.

 

Guarda que pasa el botellero

tirando mensajes al mar

y hay que aprender otra vez

a leer y escribir

con los caprichos del agua y del vidrio

que están hechos de lo mismo.

Ponerse los ojos de los pescados

que no pueden bajar el toldo

y mirarse para adentro.

 

De tanto cruzar el océano los nadadores se

destiñen.

Les crecen naufragios en la espalda.

Desde una punta de la isla la mujer arroja una

media de red.

Cansados se dejan pescar: tienen los dientes

hermosos.

Sonríen y ella toca el xilofón con una ramita de

tamarisco.

Estirando la media arma un tendal y los pone a

secar al sol.

Pálidos se balancean.

Cantan igualito al mar.

Ella les peina las algas y los cubre de tatuajes.

Juega todo el día con los nadadores.

A la noche los tira al mar amarrados de los tobillos.

 

Hay en el patio un matorral de totoras y otro de colas

de zorro.

Para cruzarlo se agarra los bordes de la pollera y las

piernas se le

acarician.

Entonces los zorros tienen murmuraciones

subterráneas, y refriegan los

hocicos en el sol, y se comen las raíces de las totoras.

 

El baldío es abierto como un mar

lo cruzamos yo y mi amigo

el burro por delante

pinchan los yuyos en las patas sin medias.

En el verano venía el circo

No nos interesaban ni los elefantes ni los tigres

ya los conocíamos de las películas

pero sí un caballito enano

que tenía un ojo de cada color.

Sarco.

Un ojo azul y otro marrón se llama sarco.

después vinieron los chistes

tiene un ojo marrón y otro a-zu-lado

pero era para disimular que al caballo lo queríamos

para nosotras

nos habíamos enamorado de él

puede estar un día en cada patio

o en el baldío.

El sarco en el baldío.

Si se puede mirar descampado y saber si viene

tormenta

yo voy a mirar los ojos de mi caballo

el azul si quiero ver el mar

el marrón si quiero ver la tierra.

Por la ventana que da afuera me dicen sabías que

pascual se fue al cielo

yo digo que sí pero es mentira

el caballo y el abuelo corren por el mar abierto

por el campito de la muerte baldía

se pinchan las patas.

Justo cuando estaba por la mitad

tuve que volver para tomar la leche

no se qué hay en el fondo del baldío

nunca llegué hasta la tormenta.

 

Martín Gambarotta (Buenos Aires, 1968): Ha publicado Punctum (Vox, 1996), Pseudo (Vox, 2000) y Relapso+Angola (Vox, 2005).

1

Una pieza

donde el espacio del techo es igual

al del piso que a su vez es igual

al de cada una de las cuatro paredes

que delimitan un lugar sobre la calle.

La bruma se traslada a su mente

La bruma se traslada a su mente

vacía, no sabe quién es y el primer

pensamiento “un perro que se da cuenta que es perro

deja de serlo” vuelve a formar parte

del sueño pero aparece, difusa,

la maceta: una pava abollada con plantas

en el centro de la mesa: dos caballetes

sosteniendo una tabla de madera

–entonces está despierto.

Las manchas de óxido en el cielo–

el color de la luz sobre las cosas, el cielo

que se retrae y es óxido borroneado

entre sus ojos y cae dormido de nuevo, pero aparece

un orden en la materia despierta.

La ubicación lúcida

del lugar en el día, el ruido,

el cuerpo latiendo,

la ruina de una idea que corre

por una red de nervios,

palabras de acero

contenidas en un soplo:

un orificio cabeza de alfiler

en una cavidad del corazón.

2

En el 2do. estante,

un tenedor torcido entre el alcohol puro

y las gillettes usadas.

Sobre la heladera tiembla

una estatuita: es un tenista bañado en oro falso

en el acto de sacar el primer servicio.

Cada minuto un trofeo de plástico.

Y en qué momento un hombre pierde

noción y su mente queda en blanco:

cuando no puede dormir y no aguanta

el hecho de estar despierto.

Cómo se llama eso que cuelga de la pared,

cómo se llama eso que cubre la lámpara.

Rodeado de cosas sin nombre a mí también

me hubiera gustado empezar esto

con: de noche junto al fuego

pero acá

no hay, salvo en potencia, fuego

y eso que se divisa, una oscuridad

baldía sobre nosotros, a duras penas

puede ser llamada noche, nada

hace suponer el final de la transmisión nocturna

que ahora termina y deja

la pantalla nevada

trasladando a la penumbra del pasillo

la oscilación de un aire gris que no provoca

ninguna emoción salvo en las cosas.

Antes del corte de la programación estuvo

el vuelo de una polilla en la pantalla

a contrapunto de la banda de sonido del Gran Chaparral,

una japonesa que se tiraba a la pileta,

los subtítulos en verde decían:

“acaso no eres tú la de los ojos azules”,

en otro canal, el documental sobre cáncer de piel

y en otro un delfín saltando aros de fuego

y de nuevo la japonesa secándose la nuca

con la toalla, mirando la cámara

cambia y otro dice “solo se escribe

acerca de la muerte por dinero.”

Cadáver, esto ya no es rock,

algunos roban estéreos, otros roban esposas

pero todos robamos.

Discriminando entre el dolor y la apertura siciliana

va hasta la pieza y en una hoja escribe

la jugada de una partida por correspondencia

que va a reproducir un tablero en Concordia

en otra noche. Alguien lee

la nota: Jaque,

torre negra toma peón alfil uno

mate

y sabe que todas sus piezas están perdidas.

No hay color, únicamente

queda la variación en los tonos

de gris que, en el pasillo,

se funden con el destello aguado de un aviso de yogur

que viene de la calle:

PORQUE LO MAS IMPORTANTE dice ES UNO MISMO.

4

Hace un año la noche era igual

y nada le asegura que, acostado,

ésta no sea en realidad

otra noche y que el pasado

no pasó

o está gateando

por debajo de esa cama.

La noción del tiempo

perdida hasta que el alcohol le dilata

suave, las arterias

y un latido irregular del corazón

alcanza

para que las horas se reacomoden

en alguna de las dos noches

donde toma algo de un vaso rajado.

Mirando el reflejo de su cara

en el revés de una cuchara,

puede tirar el vaso a la mierda o dejarlo

en la mesa de luz: entre esos dos

puntos del deseo vacila el futuro

y lo importante podrá ser

el ruido,

azul, de los cubitos

de hielo derritiéndose en el vaso

pero lo esencial es el fulgor de una soldadora

llegando desde una construcción lejana: el esqueleto

de un edificio sin terminar

congelado en la iluminación que, desde más atrás,

irradia la terminal empapelada

con afiches de la gobernación:

NO, dicen el rojo, a la droga.

A mitad de cuadra los empleados de una farmacia de turno

fumando bajo una cruz, verde, de neón. Alcanza con bajar

la persiana para eliminar la escena. Cadáver, cada hora

que pasa vale más que un año en la vida de un perro.

Acostado

en la cama impresionista, sentiría

el roce de un grano de arroz en su paladar seco,

mira la foto de una amiga

que estuvo internada

en un hospicio de París. Eso

suena pretencioso y, releyendo,

sería mejor cambiar París por Federación, hospicio

por hospital, internada por encerrada, pero

se atiene a los datos reales de la nota

detrás de la foto. En el papel

brilloso está prendiendo un cigarrillo,

protege la llama del encendedor en el hueco de la mano

de aquel viento que arrasó una playa. Atrás: el mar

cuando las olas crecen para romper.

Bajo un cielo anti-óxido su amiga, algo pálida;

el pelo del largo al que llega

dos meses después de rapado. La escena soluciona

un problema: sabría a quién llamar si en el bolsillo

de su pantalón, en vez de un cassette y una goma de borrar,

tuviera dos fichas larga distancia.

6

….

Maleza mojada. Maleza. Plantas.

Luz lluviosa (pantalla). 
…..

El trabajo de tal y tal en un taller armando llaveros

pegando muñequitos de Jesús a unas cruces

i.n.r.i. de plástico. 
….

No soy parecido a ése

sino que soy el que agarra

y con los restos de un

aerosol pone la palabra D—–

en su remera. 
….

El que se apellidaba Héroe.

….

Tiró un cartón de yogur bebible por la ventanilla

al mismo tiempo que volanteaba, a los gomazos,

el Ferlaine por los adoquines de Gandhi.

….

El abogado que mataron metiéndole

un palo en el culo. 
….

La cabecera oxidada

de una cama de hospital

en el basural.

….

O no pasa nada o no entiendo

lo que pasa. 
….

En el mismo lugar velocímetros rotos.

Y qué hay del tío de G,

que cuando visitaba su país natal

hablaba un castellano perfecto

pero que de vuelta acá le volvía el acento raro. 
….

Y esa vez que tuvo un derrame mezclaba

las palabras de uno y otro idioma

como el que. 
…..

Perro que se da vuelta

y ataca a su propio dueño. 
……

Y en los días de calor, a cierta distancia,

los edificios desvirtuados detrás

de una capa de vapor. 
….

Un tipo desnudo en campera de cuero.

….

El viejo postrado dudando en qué idioma

pensar “me estoy muriendo” a causa del exceso

de sangre que corría por su cabeza.

…..

Esto es lo que yo llamo un

cocktail. Esto es lo que

estoy….Nemrod.

……

Nebulosa. 
……

Mear sangre. 
……

Qué, a vos también te gustaría

ser un lanzallamas, llenarte

la boca de kerosene azul

y untar, si es que se dice así, en el balde

un palo con un trapo en la punta

llevártelo a la boca y escupir combustible

entre los dientes para ver cómo el chorro prende fuego

unos centímetros por encima

de la carne ajada de los labios?

ENSAYO (Sid Vicious)

Vicious en el sentido de sádico. De pibe

apaleaba perros en el parque Slough.

Y Sid porque ningún careta

jamás le pondría ese nombre a su hijo.

Mi verdadero nombre fue John Slivkin.

Creo que Slivkin quiere decir

preso en eslavo.

Cuando tenía 15 aprendí a tocar el bajo

con tres dedos.

A los 19 usaba dos.

Ese año grabamos un disco llamado

La Gran Estafa del Rock and Roll

y pasé unos días en el Chelsea Hotel.

Al otro verano

toda la pendejada de Inglaterra

andaba usando esas remeras con la primera plana

de The Sun estampada en el medio.

Sid Vicious, decía el titular, is dead.

 

Francisco Garamona (Buenos Aires, 1976): Ha publicado Parafern (Deldiego, 2000), El verano (Deldiego, 2001), Carcaraña (Casa de la poesía de la Ciudad de Buenos Aires, 2002), Cuaderno de vacaciones (Siesta, 2003), Pequeñas urnas (Gog y Magog, 2003), Una escuela de la mente (Eloísa Cartonera, 2004), La momificación de Bárbara (Junco y Capulí, 2004)

Confección de terciopelo

Algunos ruidos había, pasaban

por el cráneo de cristal apoyado

en la repisa, y se encaminaban

rasando las espaldas, las junturas

de los nervios en la clavícula.

Una película de la nada, apoyada,

clavada, haciendo los ecos del instante

que pasamos junto al lavarropas

y la pileta de la cocina con tazas flotando.

Caminar de una pared hasta el juncal,

la ventana, ruta de aprendizaje

de las vocales y sus escrituras fosfóricas.

Apretaba el cráneo de seda contra los labios,

cristal molido de la playa y la arena

batiendo la melodía de una estación.

Caminamos. Dos personas.

Se juntan en la molicie del café,

miran caer la tarde desde una ventana.

 

Con los zapatos marrones desatados

vamos a dar una vuelta, hermana

y hermano frente a la cúpula

de los helados nos detenemos,

moscas azules en la heladera.

Como padre e hija, como muchacho

y muchacha o amigo-amigo.

El cielo, los rasgos de tu cara en el sol,

lo que querías decir en una media lengua

que aquilataba la espera, los gestos,

los cordones de los zapatos enredados

y con manchas de rocío.

 

Recordábamos sentados o un poco más lejos,

abismos que la luz leía, suaves planos

donde desnudos nos miramos al espejo.

Era el alba clara, cuando la chica seca

su vestido contra la estufa, y en el cuarto

se despeja una energía azul de primer día.

Las calles de agosto con un viento abdominal,

tardío; que roe los parques, los juegos

vistos desde la ventana del colectivo.

Recordábamos, dejábamos rodar el tiempo

en un declive dulce, prolongado;

como ciertas drogas que tallan

en los huesos la cifra de un record. 

Arriba y abajo donde se bifurcan

los amores infantiles, una moto de agua

rompe el silencio, aquello de la luz

cuando se agota, el llamado de una nena,

ondas de calor que distraen.

Membrillo y unas tardes doradas,

arena en los ojos, el llamado alargado

en la comisura de los labios,

un juguete manso en la arena de pie.

Ah…, cantabas una lenta cumbia,

cambiabas de color y te encontrabas

en el centro pasajero de una rima.

Juntidad del coral, anillos que ella compraría,

que ella metería los dedos ahí.

Humo, clorofila, puentes de helado

en los terrones deshechos, apelmazados.

A la mañana cuando el olor del pan

despierta a las camitas, sus patas de madera,

música atigrada trepando las paredes…

 

El amor de un hijo cambiaría,

como los segundos de las horas,

las teclas de un juego acuático.

Sus manos opondrían la fijeza

de sus sueños, los segundos

conquistados en la sangre ciega.

Y está bien así, las paredes enganchan

a esos fantasmas que se vuelan de un corte.

El pelo de cepillo para que le digan:

-pibe volvé en otro momento,

esto lo va a saber tu viejo.

Las paredes escritas de su piel

y en la ropa el gusano verde, seráfico.

Pasarían días difíciles, aburridos;

con el tiempo cambiado se dormirá de día,

y en la noche aparecerán las llagas

de un color rojizo; todo cambiaría,

los espacios destinados a los útiles,

o aquel manojo de lápices en un cubo fluor…

Se sellarían porcelanas y pactos, a los días.

Nicolás Pinkus (Buenos Aires, 1969): Es Licenciado en Comunicación Social y Magíster en Periodismo, docente universitario y periodista. Los poemas seleccionados pertenecen a su libro Postmorten Daguerreotypes (Tsé-Tsé, 2002) 

La Atlántida chilena

          • Viajeros que viajan para contar que el agua

          • obtenida cavando es igual

          • en cualquier territorio

          • Alberto Girri, Metáforas con viajeros

Pacífico

Vuelven los días de marzo en pleno fin de año

se cubren con barras de hielo vuelve

el recuerdo de estaciones sobre el hilo de la pampa, riel

inhabitable

en el tiempo

no hay medio de locomoción

que no boquee como pez muerto

la baba de los héroes vuelven

los días con su afán evangélico decirme

cómo hablar

con los hermanos se parecen

a un collar de ahogados en el medio

de la nada, el Pacífico

baño frío

que no rescata este cuerpo

cuentas

inmóviles

como la balsa de las horas sin sorbo

potable

dulces

aguas del fin

de los veranos

donde los durmientes

a cuál fondo

qué océano desbocan

con su carga de tinajas

hundidas

aguas osamentas este fin

este verano.

 

Atlántico

La Atlántida

chilena porque los Andes retienen todo el agua

de las lluvias

el vergel se espuma

en vado oeste

como rosas del vecino, la frontera

germina

en otro lado

nacen tallos con la fuerza del molusco

y los fiordos se pueblan de cabañas: es otro

mi país

pletórico de branquia

y sin agua.

Leteo

      • Alter wich you led me to water

      • And bade me drink, wich I did, owing to your kindness.

          • John Ashbery, How much longer will

          • I be able to inhabit the divine sepulcher

Barca que me has de llevar

hacia el mar

vuelve tu proa hacia mi vientre

y embiste. Di

que no fue nada

un descuido de sal

un ignorar

faros.

Harta barca me has de llevar

y no me traerás

más

la próxima vez

me interno solo

hasta que el agua llegue

al tobillo el cuerpo extenso no haga

pie

adiós

pecho

cintura

porque me tragará todo primero y luego

-así espero-

lo trago todo yo.

 

Y este punto rojo dulce

que por deseo cae

deja estelas adentro y hace nido

en el píloro la tráquea

miente siempre

su excusa nutritiva por el cuerpo

no es más que pobre

un caramelo

en su paso de almíbar

por la entraña

se libera de corazas mermelada

y melaza esparce

en la cruzada.

Qué destino bermellón esta gragea,

frutar al tan amargo

oscuro centro

de mi centro y en tal lumbre

perder su forma su color era tan rojo

tan dulce aquel deseo

pero claro caía

y caía hacia mí mismo.

 

Silvio Mattoni (Córdoba, 1969): Doctor en Letras. Ha traducido textos de Giorgio Agamben, Georges Bataille y Gilles Deleuze. Ha publicado los siguientes libros de poesia, Trabajos de amor perdido (1992, Último Reino); El bizantino (1994, Alción); Tres poemas (1995, Alción); Sagitario (1998, Alción); El país de las larvas (2001, Paradiso); Hilos (2002, Alción); Poemas sentimentales (2005, Siesta).

 

Las calamidades

Los faros del auto iluminan la ruta. 
¿Cómo podremos decir lo que debe ser dicho, 
si cuatro amigos viajan, perdido el tiempo 
en que se visitaban? Largo y viejo 
es el auto: la edad de las visitaciones 
se ha ido con los éxtasis. Ni la más pequeña 
de las lágrimas cabe en las palabras.  
Los conduce la noche, si no el sombrío 
encierro de esa cápsula arrojada 
en el camino, a hablar, ¿con qué propósito?  
Uno por uno, aunque se dirigiesen 
a los demás, siempre sería uno. 
El presente, en efecto, es igual para todos, 
pero lo que se pierde nunca lo es: 
así el instante de sus palabras permanece 
virtual y simplemente separado del resto.

1

Maldice el día en que se detuvo

¿Quién puede prever lo que va a pasar? 
¿Quién, saber lo que le espera? Yo tuve 
la esperanza acuática de mi destreza 
en el arte de pintar. Mezclaba entonces 
cada tono, finísimas láminas, efectos 
de luz y sombra. Pero los años 
no me dieron la medida exacta 
de mi trabajo. ¿Adónde están ahora 
mis potencias? ¿En qué lugar se decidió 
poner un límite a mis manos? ¿Tuve 
algo, alguna vez? Recuerdo, amigos, 
a una chica pálida y diminuta 
que hablaba muy despacio. La quise, 
vivimos juntos cuatro años. Al pintar, 
su cuerpo era un remolino vacilante 
sobre un banco de madera. Cuando se fue, 
supe que yo no sería nada, apenas 
un mediocre artesano, uno de miles, 
preparando un futuro ajeno. ¿Adónde 
se cortó ese hilo que me sostenía 
del cielo? Entonces yo flotaba y ahora 
me hundo en los más oscuros pozos, 
en la inmovilidad, en la repetición 
más anodina. Las aguas del destino, 
¿pude haberlas surcado? ¿Había un barquero? 
¿Qué hice mal? ¿Qué moneda olvidé, 
cegado por el velo de mi juventud? Amigos, 
ustedes no pueden saberlo, pero pienso: 
¿habrá aún esperanza para mí?

 

didascalia

Su mano izquierda sostenía el volante, llevándolo 
con muy ligeros toques. La forma de su rostro 
era el efecto de una causa ausente, unas gotas 
que habían caído por su frente, bordeando 
la nariz y la boca, una condena perpetua 
cuyo origen se perdía en la ruta desierta.

 

Maldice el día de su nacimiento

No hubiera podido, amigos, desaparecer 
de otro modo. ¿Cómo creer, entonces, 
en mis pasajeras decepciones? ¿Cómo 
no ver ahí las huellas de una desesperada  
vitalidad? Cada uno de mis cuadros 
era una advertencia cuya luz, tan precisa 
cuando el pincel corría veloz y claro, 
se hacía al tiempo gris, densas tinieblas 
de mis imitaciones transparentes, surgiendo 
del fondo de la tela. Y ella, cansada 
de mis preguntas, preparaba en silencio 
sus enormes bastidores. ¿Estuve cerca 
o nadie más que yo experimentaba 
el engaño? ¿Qué decidió el momento 
y el lugar de mi nacimiento, del destello 
fatuo, apagándose antes de mi muerte? 
¿No son pocos mis días? Amigos, ¿no son 
un parpadeo del cielo, un guiño cómplice 
que casi sorprendí? Ustedes me dicen 
que soy bastante bueno, pero entonces, 
¿por qué alguien puso en mi cerebro opaco 
una chispa extinguida, una imagen vacía 
o una pintura blanca que se quema 
en la vanguardia del olvido? Si ya no hago 
sino decorar salas, si repito, si miento, 
¿dónde, pues, estará ahora mi esperanza?

 

2

Maldice el día en que se desplazó

Hace casi diez años, estuve, amigos, 
con una hermosa chica. Meses 
había pasado mirándola, en secreto; 
luminoso secreto: ella lo supo. 
Mis labios lo decían, mis palabras 
rebotaban alegremente en las paredes 
pálidas del barrio. Pero yo, 
triste, esperé hasta que un gesto 
mudo la puso ante mí. Entonces, 
durante unas semanas, cometía 
los más impropios silencios, roces 
de mi cuerpo cristalinamente torpe. 
Hasta que un día me fui de una vez 
y para siempre. Cuánto tiempo 
tardó su ausencia en golpearme. 
Y cuán inesperado sería el golpe. 
Nadie puede asestarlo, si bien yo 
lo esperaba en silencio. Un año 
después de mi separación imprevisible, 
la noche daba sombras a mi memoria 
incierta, cuando vi, tumultuosos,  
a una banda de tipos corriendo 
hacia mí, pero mi cuerpo, inmóvil, 
no se apartó. Fui golpeado. La sangre 
se deslizaba por mi cara. Luego, solo, 
traté de caminar y tomé un taxi.  
¿Qué me impedía pronunciar ni siquiera 
una sola frase de dolor? ¿Por qué 
es más grave mi llaga que mi gemido?

 

didascalia

Su voz maniática colaboraba, 
desde el asiento trasero, en diagonal 
a la melancolía del conductor, 
con trazos más vívidos, calmando 
la expectativa del inicio, incierto, pero, 
también acentuando el fondo oscuro 
adonde se destaca la juvenil belleza 
de su pérdida. Tras sardónica mueca 
de nervios excitados, aunque sin el más mínimo 
resentimiento, se despega el recuerdo 
de su rostro, inquieto, como una lámina 
de escena impresionista con muchacha 
de espaldas. Él mira, no su expresión, 
sino la del pintor que maneja y escucha.

 


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